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La que no debe ser nombrada.. que sigue acechando y asfixiando a pesar del tiempo transcurrido…
Así me sentía hace cuatro años. Así lo siento ahora.

12.05.2010

Le hubiera gustado decir que ya no confiaba en la humanidad, pero lo cierto es que nunca había confiado en ella. Lo que le resultaba más doloroso era admitir que había perdido la fe en sí misma y la humanidad, culpable o no, tenía poco que ver. Había crecido convencida de que servía para algo, pero ya no lo tenía tan claro. Tal vez nunca había servido para nada y se daba cuenta en ese preciso instante en el que cualquier acción desesperada por encontrarse utilidad resultaba demasiado tardía. Inútil, se repetía una y otra vez. Hermosa pero inútil. Inteligente pero inútil. Triste e inútil.

Sentía que le habían cortado las alas antes siquiera de poder estrenarlas. Y sabía que nunca podría volar sola. Amputada y dolida con sus verdugos vagaba aislada sin meta alguna. Caminaba intentando encontrar un rincón donde ser admitida, aceptada, tal vez incluso valorada. Pero las puertas se le iban cerrando sin haber sido abiertas. El ánimo iba decayendo sin haber alcanzado nunca la cima. Había llegado a pensar que ya había sufrido insuperables trabas en su infancia y que lo que venía sólo podía ser mejor. Pero los obstáculos que la envolvían con cada brizna de aire la hacían perder el equilibrio y empezó a pensar que, como mujer, todavía le quedaban tantos suplicios como tiempo durase su vida… y ese futuro no le resultaba en absoluto alentador. Por eso vagaba, consciente de que cada vez le costaba más mantenerse erguida y su expresión altiva parecía una caricatura del orgullo que un día creyó haber ganado. Su madre le decía que en la vida había dos tipos de personas, las que nacían estrellas y las que nacían estrelladas. Ella era declaradamente del segundo tipo y aunque durante muchos años se había vanagloriado de no creer en supersticiones, su experiencia le corroboraba más de una, como aquél sencillo refrán que rebosaba verdad por todas partes. Otros pensaban que cada cual tenía que buscarse y ganarse su propia suerte y que el resultado dependía solamente de uno mismo; ella sentía que la suerte era un regalo que recibían sólo algunos afortunados.

Todo aquel panorama, del que se sentía participante pasiva, la hacía no creer en la justicia. Porque la Justicia, como término, podía tener un significado honrado pero la aplicación de la misma por el hombre era incapaz de mantener la pureza del concepto abstracto y, por lo tanto, ambiguo. La justicia pecaba de injusta pues los hombres, encargados de ponerla en práctica, se dejaban corromper fácilmente. No se lo había inventado ella, la corrupción estaba por todas partes. En el contexto de crisis económica y social en el que se encontraban, esa crisis de la que apenas se recordaba el principio pero ni tan siquiera se divisaba el final, no dejaban de aparecer casos de estafas, sobornos y mil y un tipos más de irregularidades económicas que dejaban en evidencia a innumerables políticos de cualquier partido. La derecha y la izquierda habían dejado de existir hacía tiempo, si es que alguna vez habían existido, y la democracia era otra bonita palabra utilizada sin descanso pero sin precisión ni justicia. En cuanto a política nunca había mantenido una esperanza utópica, prefería desvincularse en la medida de lo posible mientras la democracia no tuviese un sentido real y comprobable. Sin embargo, nunca habría podido imaginar que la economía podía llegar a desplomarse de aquella manera. Sin sufrir una guerra clásica, con sus batallas y sus soldados, el país se había transformado en una especie de ruina que tapaba las grietas con adornos de cartón-piedra. Mil medidas y leyes y reformas que no solucionaban el problema: sí había dinero pero… ¿dónde estaba? ¿Por qué los ciudadanos se quedaban sin trabajo y vivían endeudados hasta la progenie? La sobrevaloración del terreno también había supuesto un enorme problema y la especulación inmobiliaria había sido protagonista de varias portadas. Pero nadie parecía tener la solución… el tiempo, sólo el tiempo… o al menos en eso había que confiar pues, si no era él, ¿quién o qué iba a sacarles de aquella situación? Pero el tiempo pasaba y los tímidos intentos de la economía por reanimarse parecían nimios en comparación con la catástrofe que seguía asolando a los ciudadanos… Tal vez habían bajado los desorbitados precios de las viviendas pero, ¿qué más daba si cada vez había que pagar más impuestos por los productos básicos? ¿Cómo hacerlo si los sueldos disminuían o incluso desaparecían? ¿Si la tasa de paro no dejaba de aumentar exponencialmente y el único consuelo consistía en un “descenso mensual del incremento”?… lo que significaba que seguía subiendo, menos, pero subiendo… ni rastro de descender.

Se sentía estafada. Había crecido escuchando que era necesaria una buena educación y la mejor formación para labrarse un futuro y se daba cuenta de que, pese a haber invertido tiempo, esfuerzo y dinero en convertirse en psicóloga, ahora no encontraba lugar, no había trabajo para ella. Resultaba sorprendente cuando era más que evidente que la mentalidad humana necesitaba, casi más que nunca, ayuda profesional. No obstante, no era necesaria. Estaban más solicitados los guardias civiles y los policías nacionales y los de las fuerzas armadas, para quienes se reservaban gran parte de las plazas a funcionarios públicos en las oposiciones de aquel año, visiblemente mermadas a causa de la crisis, “la que no debe ser nombrada”…

3 pensamientos en “La que no debe ser nombrada

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